Imagen: por Darvin Santos - Licencia Creative Commons |
"Finalmente, aquella noche andaba de nuevo por su querido pueblo, iluminado solo por la luz de miles de velas, bajo la mirada burlona de los cientos de calaveras que escrutaban desde todos los ángulos.
Se respiraba el ambiente festivo por todas las calles hasta la plaza principal. Los lugareños erigían sus altares en las casas, y decoraban los panteones en el cementerio con grandes cantidades de rosas, girasoles, gladiolos, y como no, la flor del cempaxochitl, la predilecta en estas fechas.
Se suceden los puestos de mercado, vendiendo motivos fúnebres diversos, ofreciendo las calaveritas de dulce y el pan de muertos a los turistas, que pasean curiosos de un lado a otro.
Todos salen a festejar el encuentro con los difuntos, vestidos y maquillados de manera macabra y alegre al mismo tiempo.
Nick Montenegro camina despacio, pretendiendo pasar inadvertido entre el tumulto, como un visitante más. Espera que nadie lo reconozca. Hace años que no ve a su familia, no quiere comprometer su seguridad.
Nick Montenegro es tan solo un apodo, una identidad secreta para proteger a los suyos.
Para él, cualquier día podría ser el de los Muertos.
En los Estados del Norte, lo que actualmente se conoce como el Día de los Muertos, es una tradición relativamente moderna, la cual no se había extendido hasta la década de los 60 del pasado siglo, gracias a los esfuerzos educativos del gobierno federal. El día uno de Noviembre retornaban las almas de los niños, y el día dos, las de los adultos.
Anteriormente, lo normal era la celebración de la noche de Difuntos y el Día de Todos los Santos, al igual que en España. La Madre Patria, como la llamaba su abuelo, hijo de un emigrante gallego, uno de aquellos parias que hace 100 años huía de la miseria soñando, como todos, con una vida mejor.
Su bisabuelo había llegado a Cuba en 1925. Buscando su sitio había cruzado México, trabajando por aquí y por allá... Se le había metido en la cabeza llegar a Hollywood, pero se enamoró de una mexicana poco antes de cruzar la frontera, decidiendo echar raíces y montar su restaurante en aquel pequeño pueblo cerca de Tijuana.
Claro que, entonces, el país era otra cosa. Todavía se podían tener perspectivas de un futuro mejor.
Toda la vida hubo tráfico de drogas entre México y los Estados Unidos. Por lo menos desde 1900 en adelante. Plantaciones de marihuana y adormideras en Sinaloa, y transportes a través de Chiuahua, Sonora y Baja, para llegar hasta California y Arizona.
La droga siempre había sido necesaria para calmar las ansias del hipócrita hijo de gringo, que al mismo tiempo que la prohibía, la necesitaba para inspirarse, evadirse, y calmar sus heridas de guerra.
Desde los años 80, la lucha contra el narcotráfico se había envilecido demasiado, curvándose de manera cada vez más pronunciada, en cada nueva vuelta a la espiral de violencia que azotaba al país.
Lo peor, la ingente masa de dinero que generaba, con la que se compraba el Poder: gobernadores, alcaldes, jueces, policías y funcionarios de cualquier clase. La vida, en muchas regiones del país, había dejado ya de tener valor alguno. Los cárteles imponían su ley, la del más despiadado.
Pero los periodistas son más difíciles de sobornar, cuando lo que pesa es la vocación por la verdad. En los últimos 10 años, han sido asesinados 86 según las fuentes oficiales, más de 300 según el resto.
Matar periodistas es una buena estrategia para narcos y corruptos. Su ejecución resulta muy eficaz para ejemplarizar a la población y silenciar a los discordantes. Reportero de guerra es la segunda entre las especialidades más arriesgadas del periodismo. Reportero en México, la primera.
Siendo joven, e idealista, la profesión le eligió. Su abuelo siempre le decía, "La Verdad nos hace libres, la Verdad por encima de todo."
Quería descubrir la noticia, y contársela a sus paisanos; enseñarles como eran sus líderes, sus polizontes y sus narcos.
Terminados sus estudios en la Universidad de Baja, en 2012, comenzó a trabajar como freelance, adoptando su nombre de guerra, y usando todos los medios posibles para mantener el anonimato.
La tecnología era su principal aliada. Usaba versiones específicas de Linux para conectarse a Internet, desde cualquier equipo, sin dejar rastros digitales. Contactaba con informadores, transmitía sus crónicas desde la sombra, y cobraba en Bitcoin.
Cubriendo para diversos medios, reportaba sobre bandas, corrupción, políticos... Itinerante por todo el país. Especial énfasis sobre los daños colaterales. Marginación, suburbio, pobreza... y la perversión de las almas frágiles, de aquellos dispuestos a matar por 100 pesos.
Su único bando, la Verdad.
A los narcos les encanta el rol del alegre Robin Hood, y que los Tigres del Norte o algún otro mariachi les dediquen un corrido. El fervor popular es muy útil cuando uno se enfrenta al gobierno, y los trabajos de Nick no les gustaban en absoluto. Pusieron alto precio por su cabeza, o cualquier información que ayudase a localizarlo.
Hace 2 semanas vio su retrato robot en la Deep Web. Alguien lo había identificado, y los narcos por fin le habían puesto cara.
Desde entonces, paranoia.
Tarde o temprano alguien lo reconocería en alguna de las pocas fotos fuera de control que de él podrían existir, y le pondría nombre y apellido. Anuarios de la Universidad, licencia de conducir, la CURP... el brazo de la corrupción es muy largo. Era el momento de jubilarse y huir.
Había vuelto a su pueblo para visitar a su familia y advertirles. Aprovecharía para despedirse, pues estaba dispuesto a entregarse antes de que ellos corrieran peligro.
Llegó a casa. Su madre y hermanos habían realizado la típica decoración, y los encontró cenando ante los altares en honor a los abuelos. El Día de los Muertos es una celebración alegre, en la que los vivos festejan reencontrarse con los difuntos. Pero los notaba tristes.
Giró un poco la cabeza y vio un tercer altar.
Giró un poco la cabeza y vio un tercer altar.
Entonces comprendió. Era la noche del dos de Noviembre"
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