El año 2015 ha seguido la estela al 2014 como año catastrófico de la aviación. El siguiente es un relato de terror basado en una experiencia de viaje, dos días antes de la tragedia de Spanair, en la que una acumulación de circunstancias segó 154 vidas. Aquellos días vivía y pacía en Gran Canaria, y los viví como un canario más, sumido en una enorme tristeza sincronizado con el dolor pulsando con cada latido de la Isla.
VUELO CANCELADO
Cuando veo la noticia de que se estrella un avión, mi primer
recuerdo no es el 11-S, si no el accidente del avión de Oceanic en el aeropuerto de Heathrow, el
que hacía el trayecto Londres - Funchall.
En aquellos tiempos yo vivía en Madeira, y viajaba una vez al mes a casa, a una hora de Manchester, haciendo escala en Londres, por lo que utilizaba una línea de vuelo similar, con los mismos horarios,
aviones y tripulaciones, pero me cuadraba en diferente día de la semana.
En esa ocasión, yo había hecho mi viaje unos días antes,
concretamente el domingo anterior a la tragedia… Os contaré esta historia tal y
como fue, o por lo menos tal y como recuerdo, disculpad si me tomo una pequeña
licencia poética.
Había llegado al aeropuerto de con la antelación necesaria, y
había pasado los controles de seguridad. Me había desplazado desde mi pueblo hasta Manchester, en mi viejo cacharro alemán y lo había dejado aparcado en lugar seguro antes de ir a facturar. Yo volaba a Londres, y después tenía que tomar el vuelo de Londres a Funchall.
Además era un día especial, por que era un día marcado de comienzo de la temporada vacacional, y entre el pasaje que rondaba los mostradores había muchas familias, con niños y abuelos.
Era
domingo por la noche, sobre las once de la noche, y yo con ganas de tomar asiento para dejarme caer en los brazos de Morfeo antes de despegar, mi remedio
contra la inquietud que me suscita volar.
En aquellos tiempos, incluso tenía mi propia almohadilla inflable para
ponerme alrededor del cuello, en prevención de posible auto lesión de vértebras por caída
de propio melón hacia delante, según me quedase dormido.
Así que pasada la medianoche, por fin, con una hora de
retraso llegaba el avión y los que embarcábamos esperábamos anhelantes a que
bajasen todos los pasajeros en el pájaro que venía.
- ¡Esto es como coger el autobús! Decía alegre uno de los
cabezas de familia rodeado de críos entusiasmados, que iban a comenzar sus vacaciones cogiendo
el mismo vuelo que yo.
Y ya estaba preparado el embarque, facturado el equipaje, todo listo para salir cuando… desembarca la tripulación, y cierran la puerta de
embarque. El vuelo se cancela.
Y mientras hacemos cola, salen los pilotos rodeados de azafatas caminando a toda mecha como si llegaran tarde a algún sitio, y dicen que se van, que han
sobrepasado el cupo de horas y no pueden volar. Silencio.
¿Cómo? – pregunta algún incrédulo.
“Pues que el vuelo se cancela, porque no podemos volar más,
hemos sobrepasado el cupo de horas, debemos tomar un descanso, es
obligatorio.” - dicen de pasada, mientras la chica de la puerta de embarque comienza a apagar los equipos con todo el pasaje formando en cola india con su tarjeta en la mano.
¿Y no hay tripulación de refresco? – pregunta otra voz.
Mosqueo general. Todo quisqui chafadísimo, primero a recoger sus equipajes en la cinta
transportadora, y luego a los mostradores dispuesto a comerse con patatas al
personal de tierra.
La mayor parte del pasaje turistas que van de
vacaciones; familias con
críos, jubilados, parejitas que van y vienen, algún que otro trabajador como yo…
Bueno, eso es lo que supuestamente iba a pasar, ya que no
todo el mundo tenía el mismo nivel de cabreo, si bien algunos insistían de
manera más vehemente en su necesidad de volar.
Y en estas, el Ciego. No sé que tienen los ciegos, será que a veces no son capaces de ubicarte en el espacio cuando te oyen y eso les irrita, o yo que sé, pero algunos tienen unos arranques de mala leche...
Éste era un hombre de mediana edad, pelo negro rizado,
corto, vestimenta formal, color gris, que se iba con sus familiares de
vacaciones, y comenzó a azuzar a la masa congregada con su bastón de ciego a
modo de cayado, dado en una especie de Moisés moderno con gafas de Sol.
“ ¡nos habéis jodido las vacaciones!”,” ¡aquí hay familias
con niños!”
Entonces se paró el tiempo durante algo más de un segundo ó medio segundo, cosa inaudita en un mundo lleno de paradojas, y comenzó una secuencia completamente extraña:
Una buena parte de pasajeros, disgustados siendo ya la 1 de la mañana, comenzaron a lanzar tímidamente sus consignas más penetrantes psicologicamente hablando:
“ ¡los niños!, ¡los niños!, ¡qué será de los niños!”
Y entonces el Ciego señaló a algunos pasajeros que no eran tan
vehementes en sus protestas:
“¡Y vosotros!, ¡Sois como Ovejas a merced de la Compañía,
¿No tenéis nada que decir?!”
“¡Queremos volar! ¡Queremos volar!” – comenzó a corear un
grupúsculo desde otra esquina.
Pero a la valiente Asistente en Tierra, única cara visible de la
Compañía Aérea ante el grupo de pasajeros cabreados que amenazaba con
convertirse en horda de bestias del averno, sin embargo, no le tembló el pulso
en ningún momento, y mantuvo su concentración, firme y decidida en cumplir su
parte del protocolo:
Dar cauce a los que necesitasen algún justificante
del retraso o deseasen hacer alguna reclamación por Consumo, y al mismo tiempo que mantenía al resto de la masa tratando de compensar las ondas cerebrales del
Ciego con las suyas propias, en clara yuxtaposición de energías positivas y
negativas.
Mientras tanto ponía en marcha el dispositivo de las Compañías
para alojar en un Hotel a los pasajeros que lo deseasen.
Ducha de agua caliente, confortable cama y desayuno buffet con transporte al
aeropuerto, y nueva hora de salida ...
Y por fin, al día siguiente el pájaro voló y llegó a su destino en hora
para coger otro vuelo compatible, y todos pudimos llegar sanos y salvos, ocho
horas tarde, pero sanos y salvos.
Tres días más tarde, paraba con mi automóvil para ajustar la sintonía de la radio y escuchar con atención las primeras informaciones de BBC sobre la tragedia en Heathrow del avión que cubría el trayecto Londres - Funchall, que se había estrellado en el despegue, muriendo la mayor
parte del pasaje y de la tripulación.
Me acordé del Ciego, me alegré de que hubiera perdido su batalla contra la
Asistente de Tierra y de que por lo que fuese estaba vivo, aunque solo hubiese sido el azar. Suspiré hondo. Retomé la marcha de mi vehículo y continué con mi jornada.
Los días siguientes fueron muy tristes. La mayor parte de
los fallecidos, en esta ocasión, eran residentes de la Isla, familias enteras
rotas, y un dolor enorme.
Releyendo los periódicos los días siguientes, ojeando los
tristes dossieres recogiendo todos los datos de la catástrofe, me detengo en una
foto.
Uno de los supervivientes es un hombre vestido con un traje
gris, se le ve de medio cuerpo, sujetado por los brazos de los sanitarios, que le ayudan a salir entre las hojas de chatarra en que se ha convertido la cabina del avión.
En
una esquina de la foto, su mano parece sostener algo, como un palo, o un bastón; me
detengo en su rostro, manchado por la sangre que mana de una pequeña brecha en su
sien.
Un rostro duro, adusto, como de mal humor mientras lo sacan de entre el amasijo de hierros. Pelo corto de color negro, rizado, gafas de sol.
Orense 24/03/2015

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